Aunque el reconocimiento de los casos típicos de insuficiencia cardiaca (IC) sea sencillo en la práctica clínica, es extremadamente complicado formular una definición que englobe satisfactoriamente todas sus facetas. Según las guías de práctica clínica de la Sociedad Europea de Cardiología1, la IC se puede definir como una anomalía de la estructura o la función cardiacas que hace que el corazón no pueda suministrar oxígeno a una frecuencia acorde con las necesidades de los tejidos metabolizantes pese a presiones normales de llenado (o solo a costa de presiones de llenado aumentadas). Por tanto, clínicamente se puede definir como un síndrome en el que los pacientes tienen síntomas y signos típicos de una anomalía de la estructura o de la función cardiacas.
La importancia de la IC como problema sanitario de primera magnitud en las sociedades occidentales no viene determinada únicamente por las elevadas cifras de prevalencia e incidencia sino por su elevada morbimortalidad. Además, dado su curso crónico, con frecuentes las agudizaciones que a menudo requieren hospitalización, la IC es causa de un enorme consumo de recursos humanos, técnicos y económicos.
La supervivencia media de los pacientes con grados avanzados de IC llega a ser menor que la de muchos tipos de cáncer. Sin embargo, las tasas de mortalidad son variables según los estudios que se consulten, lo que refleja, en parte, las diferencias en la gravedad de la enfermedad y en el tratamiento empleado. Los datos disponibles en la actualidad se refieren, fundamentalmente,
a los pacientes con IC con FE baja. Pero los escasos estudios disponibles apuntan a que los pacientes
con IC-FE conservada tienen mejor pronóstico que aquellos con IC-FE baja.